El viento,
más protagónico que en ningún otro sitio, dibuja paisajes homogéneos, que cubren casi todo de un marrón viejo,
mientras que el mar, refugio único e intransferible de la humedad, se recuesta a lo lejos…
Y más allá, en donde todo es incluso más desértico, las manos cansinas de trabajadores se cubren de un tinte negro…
Y mientras el viento grita alguna verdad, y despeina algunas ideas, el sol sale algunos días en primavera,
y en invierno el frío se vuelve tan impenetrable como la humedad que encierra el mar…
Y el viento eterno, sigue contando historias repetidas por soldados blancos que forman ejércitos en los cerros, que sin necesitar la inmensidad de las montañas, provocan en mi un gran respeto…
Tus verdes esparcidos como lunares en tu piel pálida,
tus calles levantando una ciudad que nadie esperaba,
no hay una razón específica para amarte como te amo,
para refugiarme en un lugar que no te permite jamás estar estático…
Pero vamos!, que de alguna manera Comodoro “sopla” una verdad muy cierta:
Sus ráfagas te empujan hacia adelante, porque allí está la vida,
y es que no importa a donde soplen tus problemas, tú camina,
Comodoro, amada metáfora de la vida,
quisiera morir en sus tierras áridas y volverme invisible en alguna ráfaga susurrando alguna historia nueva…
Johanna Silva-