Iba a arrancar el auto aquella tarde
cuando una mariposa,
que apareció de la nada,
se puso a danzar sobre el parabrisas.
“Es el espíritu encarnado de Chuang Tzu
que prenuncia el estío”,
exclamó mi acompañante.
Y yo le creí,
porque basta amar la poesía
para ser sorprendido por algún milagro.
César Cantoni-