-“Una monedita… Dios lo va a ayudar”
Sentado en el suelo, los ojos al cielo,
con la piel marchita por heladas horas,
pensaba el mendigo que yo, esa señora
de paso altanero y atuendo elegante,
llevaba dinero contante y sonante
para mitigar su hambre y su duelo.
Saqué el monedero en un gesto noble,
resaltó el billete único que había.
Lo tendí a esa mano sucia, oscura y fría
que lo asió con ansia. Efímero acto.
Su pena y la mía firmaron un pacto:
no preguntarían quién era el más pobre.
Silvia L. de la Cal-