Una dulce mirada me observa, reflejada en la ventana,
y un halo de tristeza me envuelve.
Es mi otro yo, como una matriusca.
No soy el pasado, aún no soy el futuro.
Sólo sé que soy el presente.
Aquellos ojos son los mismos que los de mi niñez
cuando miraba embelesada aquel maravilloso reloj
de cuco, con sus manecillas doradas y aquella oscura
madera por la que no parecía pasar el tiempo y que
colgaba en la pared abarrotada de cuadros de la tienda.
Aquella tienda de antigüedades, recuerdo de mi pasado
está allí, viendo pasar la vida, en un rincón de la plaza,
como no queriendo llamar demasiado la atención,
testigo de un pasado lejano y de un futuro incierto.
Cierro los ojos e intento graba en mi memoria
esos aromas a madera, ese remanso de paz,
esa penumbra con un destello de luz
temerosa de que deje de existir antes que yo.
Ma. Asunción Camps Jarque-