ha emigrado el ave
porque éste ya no es el espacio de los riquísimos frutos.
aquí no hay nada
ni más que el amargo desierto de los otros días;
la luna negra y esta vieja sangre descomunal.
en las altas cumbres del amor
ofreciste el fascinante suplicio de tu boca
y una brizna de ternura en el frágil altar de tu pelvis
oye, roedor del corazón: háblame de mí,
de tanta ceniza atrapada en mi cuerpo
de tanta espera vacía, del cielo, que no existe.
Del libro Los fuegos prometidos
Alfredo Luna-