El chopo octogenario, blanquecino
y casi deshojado,
que fuera referente en el camino
y el viento tantas veces ha azotado,
ha tiempo que dejó de ser frondoso
y sombra de labriegos y pastores.
No sirve para válido reposo
a alegres estorninos bullidores;
mas él, suntuoso yergue se hacia el cielo
pues antes que derribe su osamenta
la tromba y desintégrese en el suelo
o sea incinerado como leña;
sus brazos cederá para que anide
y de vida a sus pollos la cigüeña.
Que no se desmelenen las campanas
de mis vetustas torres castellanas,
ni añadan dramatismo a ese momento.
De sus fauces bronceadas y bruñidas
sus lenguas no propaguen el lamento
con voces espaciadas y afligidas;
pues en su descendencia
nos queda de su especie la existencia,
que alivio ha de brindar al caminante
cuando dicta la ley en el sendero
el astro fulgurante.
Y así multiplicado, dignamente
de acuerdo con las reglas naturales
inexorablemente,
veremos que en sus venas vegetales
no fluye la corriente.
José María Criado Lesmes-