Muestras

Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) Centro para la Memoria

Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) Centro para la Memoria

Un sábado a la mañana me uní a una visita guiada a la ESMA realizada por dos ex detenidos: Cachito (QEPD) y Osvaldo.

-Por acá ingresamos en un Falcon verde, con los ojos vendados –Dijo Cachito. Seguimos sus pasos, doblamos a la derecha y continuamos por un sendero rodeado de árboles añosos, una Santa Rita en flor tapiza un muro.
-Nos hicieron entrar a este salón, a mujeres y varones nos trataban por igual. Nos ponían esposas, grillas y una capucha. Acá estuvimos unas 150 personas, después nos llevaron al sótano, ahora vamos a bajar.
Quedamos frente a la escalera que descendía al infierno, nos miramos en silencio como preguntándonos quien se animaría a ser el primero. Adivinando nuestros sentimientos, Cachito comenzó a bajar, lo seguimos lentamente.


El sótano apesta a humedad, tiene las paredes descascaradas en tono verde gastado, debajo asoma la pintura celeste.
-Acá teníamos televisión en blanco y negro y una radio, todo el tiempo estaban encendidos. Sabíamos cuando estaban torturando a nuestros compañeros, porque la picana hacía interferencia. Al lado pasaban películas para que los marinos aprendieran a torturar, desde acá los escuchábamos.
Cachito habla mientras Osvaldo permanece con la mirada perdida, como desconectado de la vida.
– Estuve durante 15 meses, un día me llevaron hasta la puerta de mi casa, como si nada hubiese pasado –Agregó Osvaldo – ahora es Cachito quien permanece estático con la mirada en el más allá.
-La gente dice que no sabía nada, no les creo, todos sabían que se llevaban personas y no regresaban – los presentes no encontramos argumentos, éramos jóvenes igual que ellos ¿Qué podíamos hacer?
Salimos otra vez al día de primavera, las flores alivian la desazón ante el duro relato, el olor a humedad me queda impregnado.
-Cuando llegaron de la Comisión Internacional de Derechos Humanos, nos sacaron para llevarnos a la isla del Silencio, en El Tigre.
Continuamos hasta otro pabellón, donde nos hace ingresar a un salón para mostrarnos los cambios que hicieron para recibir a la delegación internacional.
-Sacaron el ascensor y una escalera que bajaba al sótano. Cerraron y tapiaron la puerta para que el lugar no fuera reconocido por la descripción de exdetenidos.
-Por esta escalera de granito subíamos y bajabábamos los detenidos, con las grillas golpeábamos y rompíamos los bordes de los escalones.
Subimos a Capucha, un altillo con techo inclinado en ángulo de 45°, tiene solo un ventiluz. La falta de oxígeno se hacía notar, sentí que me ahogaba, pregunté como vivían tantas personas en hacinamiento.
– Acá estábamos, en estos espacios separados por tabiques. Recostados sobre colchonetas, de espaldas, encapuchados, con grillas y esposas en forma constante. Algunos contaban anécdotas, otros cantaban para hacer más ameno el paso de las horas interminables. Los guardias estaban siempre presentes, se burlaban de nosotros.
Nos daban un sándwich naval: carne llena de nervios entre dos rebanadas de pan. Una naranja y un vaso de agua, para el almuerzo y la cena. Mate cocido y pan para el desayuno y merienda. Debíamos comer esposados y encapuchados.
En un extremo tenían una biblioteca con diarios y revistas de la época. Algunos debíamos leer y recortar noticias.
-Estos baños los inauguramos nosotros –Dice Osvaldo – Señalando las duchas con lavatorios en mármol gris oscuro – Había un espejo.
-Nos ofrecían una ducha diaria de tres minutos. Sentir el agua tibia en el cuerpo era ingresar al cielo.
Muy pronto se convertía en infierno, cuando al salir, los hombres de la Patria se apropiaban de las jóvenes. Poseían sus cuerpos, jamás su persona.
-Reconocíamos a nuestros compañeros por las voces, me quedaron grabadas, muchos de ellos desaparecieron –Agregó Cachito.


Subimos otra escalera, estrecha, oscura y tenebrosa por su amargo recuerdo. Hay un estanque, el sonido del agua cayendo se hace insoportable, no me imagino lo que ha sido estar en este pequeño espacio durante meses. Aguantando tanto maltrato.
-Esto es Capuchita. Acá nos traían y debíamos permanecer recostados sobre colchonetas. El terror comenzaba cuando llegaba el guardia y llamaba a alguien por su nombre.
-Póngase de pie – Veíamos sus movimientos en nuestras mentes.
Comenzaban los golpes, hasta dejarlo en el suelo como una bolsa de papas.
Salimos otra vez al aire puro de los árboles y las rosas chinas rosadas y rojas que reconfortan el alma.
-No queremos que se pierda la memoria de lo que ocurrió aquí. Este lugar debería permanecer como está, con la memoria de lo que pasó, para que la historia se conozca cuando ya no estemos.
Por este gigantesco predio pasaron 5.000 detenidos, muchos de ellos fueron arrojados con vida al mar.
Los detenidos en este lugar eran amenazados, golpeados y torturados por nuestros hombres. Luego irían a sus casas para compartir las mesas familiares, sus lechos matrimoniales, como si nada hubiera ocurrido. Durante las cuatro horas escuchamos el relato aterrador, vimos los rostros consternados de Cachito y Osvaldo.
No será fácil regresar constantemente para relatar estos recuerdos en visitas guiadas. Tal vez sea reparador dar a conocer las miserias vividas.

30 noviembre 2013 – María Teresa Dittler-

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