Esa noche, después de recibir el injusto reclamo de su jefe y la humillación en su propio domicilio, se sumergió en la lectura, en la escritura. Casi al alba, golpeó su puerta una mujer preguntando por su marido, el jefe. Le contestó que no estaba, que ya se había retirado. Al retomar los libros y escritos, reconoció la estampa empequeñecida del hombre que lo humillara entre las hojas de su carpeta.
Ana María Mopty de Kiorcheff-