Lloro en soledad tu partida,
hijo querido.
La oquedad de mi regazo
bosqueja el rostro de tu madre.
Miré tus ojos tristes, entendí tu dolor
que ni siquiera vos conocés.
Velé tu sueño y lloré tus lágrimas,
en silencio.
He pensado también en ellos,
en sus ojos de tinieblas,
en el témpano de sus almas,
en sus vidas llenas de nada.
Te la mataron. ¿Cómo pudieron?
Sin odio, sin rencor,
los miro sólo con tristeza,
como vos, querido gorrión lejano.
Hoy hago a ella un homenaje
cantándole a su niño.
Te despido como una madre,
porque te vas de mi lado, hijo querido.
Igual que un árbol lleno de flores
pero atada a la tierra, te veo partir.
Una vez más me duele tu dolor.
Los verdugos del destino
marcaron el Adiós en tu mano,
como en la mía.
A J. D.
Cecilia Bigetti-