Yo tenía un perro, negro, petiso y peludo
feo, muy feo, pero era mi perro.
Todos los días salíamos a pasear
dando una vuelta por el barrio
y mi perro siempre a mi lado,
como un soldado,
obediente y fiel a su amo.
Cuando regresaba del trabajo todos los días
me esperaba el perro en el umbral de la puerta,
le hacía dos caricias y ya estaba contento.
Si yo regresaba tarde por las noches
el perro estaba esperándome
siempre en el umbral, esperando mi regreso…
Muchos años vivimos juntos.
Un buen día salí de viaje por varios meses
y a mi regreso,
me extrañó que mi perro
no estuviera en el umbral de la puerta esperándome.
Le pregunto a mi madre por el perro
A lo que me contesta… No sé que le pasó;
Vos te fuiste y se quedó varias días sin comer
Y un día, apareció muerto en el umbral de la puerta.
Pobrecito…
se murió de pena MI AMIGO EL PERRO.
Héctor E. Chabbert-