La soledad de los inútiles,
magros, escorias de la vida,
es un alivio, un respiro personal.
No fueron elegidos, marcados
con el sello que les da legitimidad.
Aún en sus riquezas plenas,
abundantes, deseadas desde la cuna,
la soledad es única, certera,
un suspiro después del ahogo.
Los inútiles tienen parásitos eternos;
buscan contener en sus brazos
todo la inmensidad, toda la humanidad.
El abrazo que no les fue concedido.
Sonrientes, capaces, ávidos, plenos,
no ven más allá de sus narices.
La soledad es su religión, su descanso.
Pero los mata, los ahorca, los enmudece.
Expresan palabras heroicas, sublimes,
pero, en un solo gesto, un solo guiño
despertará el odio en avalancha, ceguera
de los amores inconclusos. Inútiles.
La soledad, para los inútiles,
es una puerta para el adiós.
Luis Camacho-