Poemas

Susurro de Estrellas

En el pequeño pueblo cordillerano el invierno es crudo.

Sus pocos habitantes conocen con distintos nombres a la nieve y los chiquillos, de mejillas como manzanas, la disfrutan de muchas formas.

Compiten haciendo muñecos. Los hay muy habilidosos, donde ya asoma el artista y, de pronto, Agapito y Pulga van insinuando sus formas como fantasmas de historieta.

– No vale porque copias – grita Braulio, refucilo de ojos negros y mechón rebelde-. A éste lo inventé yo.

– ¡Bah!, lo sacaste de una revista que dejó el turista.

– El año que viene voy a hacer las manchas de la luna.

– ¿Y qué son?- pregunta Chirola.

– San José y el burrito. Me lo dijo mi abuela- contesta desafiante el Gringo, rayo de luz sus cabellos rubios.

Y así blanquean sus sueños las mentes infantiles. No les importa que se derritan. Siempre tendrán más.

Pero el frío es frío y congela sus manos de dedos menudos, mientras el aliento se demora en formas de nubes diminutas.

Hay ruido de nieve que cruje bajo las suelas de las botas. Nieve que se congela, susurro de estrellas, que le dicen. Oscurece.

– ¡Qué frío!. ¿Dónde vamos?

– A lo de mi abuela – dice el Gringo. – Vamos a “sopear”.

Todos saben que la abuela Elsa prepara la sopa más rica del mundo con las verduras que cultiva en su pequeña huerta. Y siempre hay un tazón caliente para el que se acerque.

Llegan en tropel, alboroto de vida. El aroma los guía.

– Pasen, pasen. Sacudan la nieve de los zapatos y cuelguen los abrigos.

Los dos perros lanudos se suman a la algarabía, mientras la abuela se prepara para servir su néctar.

– Hola, abuela. Venimos a “sopear”.

Vamos, abuela Elsa, que el amor también se reparte en cucharones.

 

Noemí Müller-

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