Muero por tocar tus labios con los míos,
muero de angustia de abrazarte, de frío;
de sólo verte temblando al yacer tendida en la cama
y de la agonía que provoca al recordármelo la almohada.
No muero porque al partir dejes silencio,
muero porque tus palabras se vuelven eco
y rebotan una y otra vez reteniéndote en mi cabeza
y sólo me calmo si escucho de ti una palabra nueva.
No me mata el vacío que deja tu ausencia,
me mata la platónica ilusión de tu presencia.
Y así, mi aliento que busca refrescarse en tus labios,
Arde cuando, al acercarme, los tuyos se mantienen cerrados…
Y se ahoga, y me ahoga, y así me muero,
embriagado en la envenenante ilusión del recuerdo,
de tu recuerdo, de las delicadas líneas de tu cuerpo,
y la frescura con que tus palabras te adornan todo el tiempo,
y cada día, y todos los días que te veo.
Y de todos esos días, ¿qué te cuento?… Que muero.
Y al terminar la noche renazco al siguiente día un día más viejo,
y más joven y más fuerte, pues si no te tengo aquí… me muero.
Enrique Bolaños Contreras-