Toc… toc.
Estás ahí?
No entendiste nada;
la riqueza que vos mirás
es la miseria de mi vida.
Vos sos rico,
y no pudiste entenderlo.
Está bien, las puertas
se abren para los ciegos.
Vos y yo somos iguales.
Vos, poseedor del deseo,
yo, del dinero inválido.
El trueque fue imposible;
mi herencia tenía demasiado
peso. Culpa y flagelación.
La tuya, palpable y humana
al alcance de tus ojos;
crítica y desencanto.
Yo deseo tu vida,
tal cual sean tus miserias.
Te regalo la mía,
con los honores malditos,
con las mentiras que crees.
Toc… toc…
¿estás ahí?
La subasta terminará pronto.
Es tan fácil deslizarse
en silencio. Un adiós.
Las puertas están abiertas,
pero estoy tan lejos,
en lejanía de desencuentros.
Desencuentro eterno, hermano.
Luis Camacho-