Poemas

En la ruta

Lo único que podría curarme

o que al fin me sacara de este hospicio

es subir a un auto de línea sport

no muy confortable

pero amplio

que lo manejara

un hombre pudiente

potente

y valeroso

o sea temeroso de sí.

Si él aceptara conducir hasta la ruta

(odio el límite de la ciudad,

ese bochorno de la pobreza salpicado por uno que otro

cardo o girasol),

donde comienza la fila larga y azul del lino

o los maizales, amarillos,

si la antena de la radio funcionara

yo podría quitarme este peso de encima

podría mirar las cosas de forma diferente.

Sin que intervenga, sin presión de ningún tipo

este hombre serio o

sonriente

me acariciaría suavemente la nuca

de manera tal

que mi pelo pajizo se convertiría en lacio

mi nudo nervioso pasaría a

relajarse,

y podría mirarlo de frente, sonreírme yo también

o al menos

dibujar un nombre en la ventanilla

sin problema, como si él no existiera.

Entonces yo tomaría el volante

y mientras él descansara

(mirando fijamente la mano contraria)

me pondría a cantar esas canciones de

preguerra

que tanto enloquecieron a la generación

anterior.

Sólo así podría dominar mi ira

solamente así.

Cuando el auto se haya alejado bastante

y el calor sólo sea

esa curiosidad

por las mariposas estrellándose

contra el motor,

y el hombre a mi lado no se inmute

ni se inmiscuya

cuando la

alegría

sea lo único que me plazca.

 

Irene Gruss-

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