Poemas

Los reyes magos existen

Cada cinco de enero una veintena de niños del barrio cumplíamos el mismo ritual. A la hora de la siesta, luego de escribir la carta para los reyes magos con una interminable lista de juguetes, nos alejábamos en grupos para conseguir alfalfa o pastos verdes para los camellos. Horas más tardes regresábamos cansados pero felices por la misión cumplida.
Más temprano que de costumbre el barrio se veía desolado de niños. Cenábamos con premura y por última vez dábamos una recorrida por el patio para asegurarnos de haber puesto la carta en su lugar. Suficiente comida, agua para los camellos y algún panecillo para los reyes magos. No podía entrar nuevamente en la casa sin levantar mis ojos al cielo, tratando de ubicar la estrella más brillante y pedirle ¡Por favor este año no se olviden de mis juguetes!

-El viento se llevó las cartitas-

-Eran muchos los niños que pidieron juguetes grandes y no había lugar para los de ustedes-

-El perro los confundió con ladrones y los corrió-

-Vieron luz prendida y siguieron de largo-

Estas y otras tantas excusas salían de la boca de mi madre, cada seis de Enero sin poder disimular su tristeza. Un pequeño puñado de golosinas en cucuruchos de papel de diario, adornaban los siete pares de deshilachadas y viejas zapatillas. Los más grandes que ya no creían, pero debían por tradición guardar el secreto, trataban de conformar a los más pequeños regalándoles sus propias golosinas.
Así pasaron los años, pero recuerdo especialmente cuando yo tenía diez. Si bien los tiempos habían cambiado un poco, las costumbres se mantenían. Algunas niñas de la escuela me contaron que los reyes no existían. Mi reacción fue angustiante, pero creí comprender la tristeza de mi madre en la fecha señalada. Sintiéndome lo suficiente grande para no creer en los reyes, corrí a casa para confesárselo, pensé que así ella no estaría tan triste.

-¡Vete a dormir! – Me dijo algo enfadada -¡Yo si creo! Si piensas lo contrario, hoy me pondré detrás de la puerta con una escoba para no dejarlos entrar-

-¡Qué confusión! ¿Existían o no? Mis manitos se juntaron con fuerza para rezar con más devoción que nunca. Así me dormí llorando y pidiendo perdón.

Al otro día muy temprano, ruidos de papeles, conversaciones y risas me despertaron. La algarabía era total, las zapatillas lucían obsequios con hermosos y grandes moños como los que siempre habíamos soñado. La pequeña Lucía arrullaba entre sus brazos cariñosamente una muñeca. Pedro y Roberto habían improvisado con una impecable red una mesa de ping pong y jugaban entusiasmados con sus nuevas paletas. Ana, la mayor, no dejaba de admirar una hermosa tela con la cuál se podría hacer el vestido para su primer baile. Blanca, que era muy golosa, traía una hermosa caramelera repleta de sus golosinas favoritas. En mis zapatillas, una majestuosa caja envuelta en papeles brillantes, que debido a la emoción mis manos temblorosas no podían abrir. Tal ves era la excusa para que mis ojos puedan disfrutar esa imagen vista hasta ese momento, solo en las revista. Jamás podré olvidar la felicidad que me causaba el sonido de aquél mágico xilofón …..Do…Re…Mi..Fa…Sol.. La…Si…. repetida hasta el cansancio. Sentí sensaciones jamás vivida, los reyes existían y hasta mi madre había recibido un regalo. Su hijo mayor a pesar de su corta edad había conseguido un excelente trabajo y esos eran los frutos.

Nora Agustinho-

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