Poemas

Abrazando al Cristo de las Aguas

El encuentro con el Cristo de las Aguas,

ofreciéndonos agua viva desde la cruz,

me proyecta un amor que me conmueve,

porque sí el dolor es grande,

más grandiosa es la paz que nos incrusta,

hasta estremecernos y enternecernos.

 

Este Cristo de las Aguas que yo abrazo

no está muerto, sólo calla y escucha

las plegarias de todos, y de cada uno,

está tan vivo su consuelo

que no hay congoja que nos acongoje,

ni amargura que nos amortaje.

 

En el rostro sufriente de este Crucificado,

el alma halla reposo

y el cuerpo toma cuerpo de luz.

Con él, Dios entra en nuestra vida

de manera intensa y extensa,

sufriendo con nosotros y por nosotros.

 

Nuestros pecados fueron sus llagas,

y nuestro dolor sus penas,

¡la más alta expresión de amor penetrante!.

 

Nuestros gozos fueron sus alegrías,

y nuestro regocijo sus deseos,

¡la más alta ascensión de alianza vivida!.

 

Sus brazos clavados en la cruz,

enclavados por el amor,

se abren a cada ser humano,

invitándonos a vivir hacia dentro,

¡hacia sí es como se puede ir hacia Él!.

 

Dejemos que nos interpele

el Cristo de las Aguas.

Permitámosle entrar en el corazón.

¡No tengamos reparo!

Permanezcamos en su corazón.

¡Démosle el nuestro!

Sólo en el corazón de Cristo,

quien está muerto vuelve a la Vida.

 

A una Vida, que es un vivir por Dios

y para Dios;

y a un vivir, que es una vida por Amor

y para Amar.

 

¡El rostro del Cristo de las Aguas

lo dice todo, sólo hay que contemplarle!

Deja un recuerdo imborrable.

¡Qué nadie rompa el silencio

para escuchar sus pasos!

 

Jesús no se libera, nos libera,

no baja, permanece en la Cruz,

con una luz que esclarece,

que alumbra, que arde y nos calienta.

El Cristo de las Aguas es la imagen.

 

Víctor Corcoba Herrero – corcoba@telefonica.net

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