Poemas

El hombre

Paso la mañana sembrando alfalfa

y por las noches enseño filosofía.

 

Así va mi vida en estos tiempos que corren,

tan multiplicada y esparcida

que a veces cuesta reconocer en ella

el sello desde donde brota

su manantial primero.

 

Examino el mecanismo que se ha roto

de una bordeadora que debimos utilizar en la víspera

o me asomo a los surcos en la melga

que siguen siempre el recorrido más recto,

como el camino de las aves por el cielo.

Y luego discutimos con los muchachos

las cuestiones de la cooperativa.

 

En la escuela, cuando oscurece,

hablo de lo poco que conocemos

acerca de lo que quiso decir Heráclito

cuando afirmaba que el fuego

se enciende y apaga según medida.

O cuento a mis alumnos

el caso de la doncella de Tracia

que se regocijaba con el pobre Tales

reprochándole los pasos distraídos

que lo condujeron al fondo de un pozo.

 

No sé si vale la pena

exhibir estos fragmentos en que mi vida se dispersa.

No sé si vale la pena

reunirlos a propósito de un poema:

cada momento tiene lo suyo

y cada día nos depara una sorpresa.

 

En todo caso, cuando en el campo,

levanto una hojita verde

siento que en ella vibra, victorioso,

el aliento en el que el mundo se sostiene.

Y por la noche, cuando mi vista advierte

la chispa en los ojos de una mirada joven,

comprendo que nosotros los hombres

nutrimos nuestras almas desde el asombro

y persistimos en lo que somos

en reverente inclinación ante el gran misterio.

 

Como lo hicieron quienes fueron,

hace más de dos mil quinientos años,

los maestros espléndidos de la antigua Grecia.

 

Luis Alberto Taborda-

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