Pero qué secreto
callan los labios,
qué oscuro latido
súbito raya el cristal
de ese mundo de pronto.
Atávico gesto de pausa
entre dos tazas de té
falda abajo, falda
arriba. Y luego
esa rara seducción
entre dos
de ingrávida luna,
en la niebla el paso
tuyo que cruza
ese último espejo.
Pues ella y tú saben ya
de aquel otro país
que fulge al centro
de altísima noche.
Del viento que sopla
su cuerno y del tiempo
que vuelve dos sombras una.
Alejandro Drewes-