Crónica Literaria

Diario Cronica

Diseño y actualización:
Alberto Vargas

2001 - 2010
Comodoro Rivadavia
Chubut - Argentina

16 de junio de 2010

13 de Junio Día del Escritor

“La poesía no es del que la escribe sino del que la necesita”, dice en el filme El
Cartero uno de sus protagonistas. Y en esa frase parece estar escondida sin más
vueltas la función del escritor: llevar pensamientos, historias, fantasía, sentimientos,
narraciones o simplemente palabras con sentido a sus lectores. Es lo que hacía por
ejemplo Leopoldo Lugones, uno de los más prestigiosos escritores de nuestro país, a
quien hoy recordamos.
El escritor es una persona con profunda y permanente necesidad de comunicarse,
aunque paradójicamente lo haga en silencio. Y es asombrosa la riqueza que se
produce en esa especie de diálogo sin palabras dado entre quien escribe y quien lee
lo escrito. Esta forma de comunicación posee la virtud de lo perdurable y la riqueza de
lo meditado, porque quien deja algo escrito lo firma para siempre (no como a las
palabras, que “se las lleva el viento”), y quien lee tiene a su vez la oportunidad de
detenerse a pensar, analizar y digerir lo leído, para luego continuar. Y así puede volver
sobre un texto cuantas veces quiera, seguramente encontrando nuevos significados
sucesivamente. Este era, precisamente, uno de los grandes dones del gran escritor y
aviador francés Antoine de Saint Exupery, autor de “El Principito” y su indeleble
máxima: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Esta obra que nunca pasará de moda
posee la virtud de generar diversos sentidos según la óptica del lector, e incluso del
mismo lector en diferentes edades. Así, por ejemplo, la misma persona que ve en “El
Principito” un simpático cuento infantil al leerlo de niño, podrá encontrar en él una
profunda reflexión sobre el sentido de la vida si vuelve a leerlo algunas décadas
después.
Hay al servicio de los escritores diversos géneros literarios: novelas, cuentos, poesías
(en sus variadas formas), ensayos, artículos periodísticos, narraciones históricas,
aforismos, etc. Cada uno frecuenta aquellos con los que siente mayor afinidad y mejor
se adaptan a su propio estilo y a lo que quiere transmitir. Así es que Jorge Luis
Borges, por ejemplo, nunca escribió una novela. Volcaba su imaginación en los
cuentos, su pensamiento en ensayos y su creatividad en poesías.
Leopoldo Lugones, en cuya memoria se conmemora hoy el Día del Escritor, nos dejó
una obra abundante y multifacética, en la que recorre la mayoría de los géneros. Fue
precursor de toda una generación de escritores argentinos y fundó la Sociedad
Argentina de Escritores.
Lugones nació precisamente un 13 de junio (1874) en Villa María del Río Seco
(Córdoba) y falleció el 18 de febrero de 1938 en el Delta del Paraná (Tigre, Buenos
Aires). Su familia era tradicionalmente cordobesa y en la capital provincial cursó sus
estudios superiores. Hijo de Santiago Lugones y Custodia Argüello, era el mayor de
cuatro hermanos, y ya a los diez años se destacaba por su memoria y su gusto por la
lectura.
En su etapa universitaria en Córdoba, desarrolló su veta literaria y de periodista. Se
definió tempranamente como anticlerical en el pensamiento libre y hasta llegó a fundar
un centro socialista, aunque su pensamiento, siempre polémico, fue cambiando con la
edad, a tal punto que en 1924 hizo famosa en Ayacucho la frase “ha sonado en
América la hora de la espada”. Es que siempre estuvo volcado de lleno a la discusión
por el destino de un país que él veía a la deriva y desorientado.
En 1896 su vida dio un vuelco decisivo: se casó con Juana González y se mudó a
Buenos Aires, donde se unió a un grupo socialista de escritores rebeldes contra el
orden social y político, que integraban José Ingenieros, Roberto Payró, Alberto
Gerchunoff, Miguel Ugarte, Ernesto de la Cárcova.
Ganó prestigio como poeta, orador y polemista, y comenzó a publicar en periódicos
como el socialista “La Vanguardia” (desde allí canta a la ciencia y a la igualdad, llama
a la lucha por las ideas y hasta deja traslucir sus dolores) y el roquista “Tribuna”, y
también en “La Nación” (gracias a su amigo Rubén Darío), donde llegó a dirigir el
suplemento literario.
En 1897 nació su único hijo y publicó su primer libro: “Las montañas del oro” (poesía).
Fue la primera obra de su prolífico legado, que lo convertiría en una de las figuras
centrales de la cultura argentina.

Su obra
Las primeras tres décadas del siglo XX dieron marco a su extensa obra:
Comenzó en 1904 con el ensayo “El imperio jesuítico”, continuó con “La guerra
gaucha” (un relato histórico sobre la epopeya de Güemes, 1905) y se sucedieron “Los
crepúsculos del jardín” (1905), “Las fuerzas extrañas” (1906) y “Lunario sentimental”
(1909). En 1910 publicó “Piedras liminares”; “Prometeo”; “Didáctica”; “Odas seculares”
y “Las limaduras de Hephaestos”.
La década siguiente la inició con “Historia de Sarmiento” (1911), a la que siguió “Elogio
de Ameghino”; “El ejército de la Ilíada”; “La industria de atenas”; “El payador”
(conferencias sobre “Martín Fierro” dadas en 1916); “El libro de los paisajes”; “Las
industrias de Atenas”; “Mi beligerancia” y “La torre de Casandra”.
Su último decenio como escritor comienza con “El tamaño del espacio” (1921), obra
que precedió en los años 20 a “Las horas doradas”; “El romancero”; “Filosofícula”;
“Estudios Helénicos”; “Cuentos fatales”; “El imperio jesuítico” (donde muestra la activa
labor de los misioneros jesuitas en el país); “La reforma educacional”; “Nuevos
estudios Helénicos”; “Poemas solariegos”; “La patria fuerte”; “Política revolucionaria” y
“La grande Argentina”, estos 4 últimos de 1930.
En 1930 también publica “Acción”, donde reúne sus famosas conferencias en el teatro
Coliseo, en las que se refiere a temas patrióticos y habla sobre la invariable sentencia
de los pueblos. Finalmente, su libro póstumo es “Romances del río seco”, una obra en
poesía.