Final de estación
La pálida muerte del verano se consume en el aire,
errantes hojas,
el andén se hundió y nadie vuelve a esas piedras
que ya nadie comprende, sin viajeros, sin viento,
mientras alguien espera
que algo responda a la ansiedad de estar vivo.
Una visión:
hombres semidesnudos van con la larga red tendida
hacia la costa, hacia el griterío
de sus mujeres. Ellas esperan su tesoro:
escamas brillantes, coletazos, dones
oceánicos, desesperadas bocas de la profundidad
que muerden aire, adioses. ¡Pero es tan bella
el agua dorada sobre el corazón!
Todas las nubes dispuestas para la travesía
en los ritos del sol, más allá de las lágrimas.
¿Y qué esperas recoger de cada escama,
de cada brisa de esas bocas mórbidas donde se
cumplen
los dones terribles de la tierra?
Algo responde siempre al ala que interroga,
a quien se inclina ante el graznido
de un ataúd. Todas las cosas se entreabren
un instante, te desgarran con dientes amados,
en un continente de amnesia, de promesas
en los paraísos de la catástrofe.
Enrique Molina- |