Reflejo
No hay más cristal que el que se rompe
cuando nos miramos.
A veces las criadas limpian
con un paño de gamuza
la platería donde se reflejan
cuerpos vestidos de satenes.
Cada atril resplandece en oro.
Dos son los pares: ojos, candelabros
y después nadie diría
que nos hemos amado.
Adorarse es el segundo de reconocimiento
donde cada tripulante establece su faro.
Y es ese resplandor el que se imprime
en piedras del vestido. La otra pupila
no tiene más color que el que le damos.
Pavo real expándese el deseo.
La fiesta es ésta. La secreta voz del sortilegio.
Un ilusionista han contratado
y nos quedamos viendo el iris frente al iris.
Es más misterio aquél que no se toca
que, estrellada de pronto, el brillo de la noche.
Tal reluce, la noche, cual medallón antiguo
al que hemos descubierto la cabeza.
Evito transformar el boato en duelo.
Amarse no es tan fácil como parecería,
aún más si al alba las criadas
borran con un papel de diario humedecido
las huellas de los espejos.
María Cristina Santiago-
|