El entierro
Cerrar las puertas de los armarios del que ha muerto.
Regalar sus ropas.
Guardar los papeles en un sobre amarillento.
Colocar su anillo de oro en el pequeño cajón entristecido.
Mirar desde la distancia los ojos del cementerio
y luego darle la espalda para sumergirse en un automóvil desconocido
Hay algo que no gritamos.
La garganta ahorcada del silencio.
La mirada de hierro de los sepultureros
y el escalofrío que causa el abanico de algún pariente lejano.
Hay algo que se pierde hacia el infinito.
Enterramos leyendas
agendas inútiles
recibos de compras que no podremos olvidar
o colecciones de objetos que ya no tienen sentido.
Pero no podemos enterrar nuestra memoria. Es injusta la invitación a seguir viviendo
entonces.
Nuestros pies empobrecidos arrastran la angustia de la permanencia
Patricia Díaz Bialet- |