Poemas

Cantata de los dos puentes

Como en el año diecisiete, cuando sonaron los cañones de octubre
rompiendo allá en la Rusia lejana el cuerno de los zares,

así arribaste a esta tierra del coirón que medita a la vera del camino,
del piche que rastrea la huella del milagro,
o del guanaco que barre la osamenta de los que estuvieron
en la gran batalla que oscureció el ánimo de las piedras;

también del ñandú y de la mara, corredores célebres
cuyos tendones envidia el mismo dios del viento.

A estos parajes viniste esquivando el expediente
y el largo masticar del polvo en el camino.

Tu propósito de puro hierro hizo latir el corazón de la necesidad
para que tu carga de metal, que como un viejo saurio le ruge
a los colores del paisaje, monte su canto grave.

Como en aquel año que llegaste para suplantar a tu padre
cuyo dominio fue esa noble madera elegida por Griffiths el poeta,
a la que un choque de agua asestó en su corazón,
en su centro más visible y duro el golpe definitivo
para forjar en la retina una noción de tragedia.

Ese madero que como un alimento vagó por las calles del mundo
al amparo de las mujeres en la oscuridad de los muelles del idioma,
detrás de unos ojos que durante la luna ciega acecharon
al que vino en barco buscando un aire más liviano,
fatigosamente humano,

apenas entrevisto en el alto fuego de la incertidumbre, o en el sueño que
cuando cierra su puño obliga a la marcha forzosa del soldado que sin serlo,
sé es en la vida.

Madera que alumbró una gloria fugaz porque el agua así lo quiso
cuando se tragó los gruesos tarugos, los firmes cuadros del sostén,
el poder incalculable del tirante y hasta el sonoro grito del pulmón
más escondido del pilote.

El nivel y la garlopa nada pudieron, tampoco la regla ni la escuadra,
como nada pudo el temblor del carpintero dibujando
pájaros, números de agua, canciones y geometrías
en aquel año noventa y nueve del alud.

Su propio Jordán tuvo el noble tablón que pudo ser guitarra,
mesa, puerta o banco nacido de árbol ilustre,

pero fuiste rey entre los puentes, castigado, abatido,
sin piedad derrumbado por fatalidad y no por bala.

Con él se fue el tránsito para que todo tráfico lícito deje de serlo
y sea nuevamente el silencio, un temor, una vigilia contenida
sobre la hondonada del antiguo cauce.

Y así el desabrigo se anunció para cada rincón de la meseta
hasta el lugar donde las martinetas apenas pisan, llorando su vuelo
extraviado en los tiempos del diluvio.

Ah, pero al fin llegaste puro metal de saurio encadenado,
para ser clavado a tu cruz aunque te negaran el nombre
ochenta y cuatro veces,

y aun así fuiste de recto caminar entre los pueblos, imaginario
que clava horizonte, identidad, certeza.

A la hora en que los tamariscos soplan sus flautas de pan
y el movimiento retoma la calma de la sangre, hay dos puentes
que maduran todo lo hermoso que de ellos la memoria nos entrega.

Sergio Pravaz-

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