Mujer, miro en tu cara y en tus ojos
esa mano de Dios, ya no invisible,
que cuanto más te miro es más visible
y se te rinde mi estupor de hinojos.
Aunque miren, a veces, con enojos,
es su belleza red irresistible.
Dios en tu voz, tu rostro, es apacible
y suaviza miradas con abrojos.
Igual que un monumento, el cuerpo ofrece
pedestal en que el busto se hermosea:
un Dios triunfante sobre los diablos.
Enamora tu rostro y te enaltece,
pero no evita que tu cuerpo sea
fortín que está lanzándome venablos.
Juan Rafael Mena-