Tu cuerpo se abría a mi vista
en un día derramado.
La tarde moría en las fauces
del viento y tu olor
a mujer paseaba por mi cuerpo.
Y yo, anclado en los cauces,
confundía recuerdos con cenizas.
La atrición de tu voz sonaba a un piano
destartalado, tus dedos eran el gesto
desmembrado suplicando al crisantemo.
Los vergeles de tu quinta
eran las frías tersuras en la planicie del Ártico,
Flamencos rosas y tulipas violetas
preludiaron agonía de sangrantes rosas muertas.
Aquel día ocre y pálido
fue la estrechez de la senda,
la decisión negra donde morían nuestras hojas.
Ricardo Alvarez-
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