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Los incapaces

Los incapaces

incapacesSolo y aislado en las varias habitaciones de su casa suburbana, que es en partes iguales cárcel y mausoleo, el reputado psicoanalista T. Monroe –hijo de Manny y Purdie, hermano de Marshall, padre de Farley– se sienta, por enésima vez y de un solo tirón, a escribir una novela, que esta vez será una única y abigarrada frase definitiva. El resultado de ese procedimiento es Los incapaces, una obra sobre los lapidarios e hilarantes efectos del encierro físico, simbólico y ontológico, de la pérdida, de lo no dicho, de lo inconcluso, de los antagonismos familliares; la conciencia de un narrador que se despliega en una efusión desbordada de resentimiento.
Esta novela está edificada en torno a dos superposiciones. La primera es geográfica, toponímica: las ciudades aquí se llaman Clayburg, Kellner; las calles Broom, o Bennett. Pero los mapas están apenas traslapados, y la correspondencia con el paisaje del conurbano es inmediata. La segunda es, si se quiere, estilística: la prosa del narrador se encabalga sobre lo que él mismo denomina sus “maneras bernhardianas de hacerse a la palabra escrita”. La referencia a Thomas Bernhard no se agota en el mero homenaje: es, al contrario, la materia que estructura el relato y que le permite propagarse, una sintaxis que moldea una forma de ver el mundo, un modo de vincularse con él.
Éste es un libro sobre la paranoia y la obsesión que habla sobre la imposibilidad de escribir y, al mismo tiempo, sobre la imposibilidad de dejar de hacerlo.
Con un humor adictivo, Alberto Montero ha logrado encapsular en Los incapaces una novela feroz, de aliento infatigable. (Editorial Entropía)

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