Sos como el compás del pulso,
el fondo sonoro del destino,
al que no le permites escapar
al que le obligas a compartir tu ritmo.
La torre, el hombre, las paredes,
sostienen tu esqueleto circulante
que dirige -sin saber- el laberinto
que se manifiesta silencioso en tu cuadrante.
Vigilante de altura o de muñeca
según estés en el hombre o en la iglesia.
Tus manos incansables nos señalan
la dirección exacta para alcanzar la meta.
Así se desarrolla el alma,
cumpliendo con segmentos de camino.
Así crece y se degrada el cuerpo
asumiendo el vaivén de su destino.
Un día llega en que marcas el fin,
no de los tiempos, el del latir sin tregua
de quien, como vos, comienza en un instante
y como tus agujas no se entrega.
Termina así el segmento otorgado
para el reloj interno que nos dieran,
mientras tú sigues actuando con desvelo
porque marcas el tiempo de la tierra.
Laura Beatriz Chiesa-