Desde las sublimes fuentes
de laberintos luminosos,
los artesanos de la alameda
están lustrando sus escamas.
Apresuran el sello desierto
de la borrasca indiferente
y envuelven los inermes corales
junto al eco de las guitarras.
Renace la figura indemne
puntual en su diáfano signo,
entre blancos nardos y laureles
del oleaje simple de lo arcano.
Vaga la presencia inevitable
de la madreselva en floración
y el colibrí se sumerge veloz
con su inquieto tremolar de alas.
Grises rastros vigilan severos
la vuelta del estío, que impregna
la túnica verde, sostenida
en la parada morada del jilguero.
Sorprende lo bello del pliegue
que se asoma mirando al vacío
y roza el polvo de la geografía
para dormitar en el secular abismo.
Y los rojos claveles y amapolas
ofrecen al símbolo del espacio
la dibujada fibra de la frescura
urgiendo al fiel testigo del ayer.
Nilda Irsa Garbarino-
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