Había una vez una maga…
Detenía el tiempo para observarlo,
convertirlo en conejo y preguntarle si
asumía el mundo del quizás.
Había esa vez una maga…
jugando con parsimonia entre la certeza
enorme y la incertidumbre apenas rosada.
Esa vez la maga miró, cómplice, al conejo,
invitándole a escuchar el balbuceo
generoso del tiempo.
Esa vez, el tiempo bailó confiado con la
incertidumbre.
Mientras el conejo ariscaba la nariz ante
esa y otras certidumbres,
sin dejar de ser amigo de una maga.
Luis Weinstein-