Volvió a abrir los ojos un momento
y vio que le estaba observando,
de inmediato su presencia percató
y por un momento su dolor olvidó.
Ruborizada aún,
le llevó a través de la sala
con la única función
de decirle que la amaba.
Al verla,
él, salvaje se estremeció,
pues sentía la necesidad de tocarla,
aunque el miedo nunca desapareció.
Sus manos tomó
y a su lado el permaneció,
justo después de un rato
por fin su mano besó.
Sus manos se cruzaron,
al igual que sus manos
y sus labios temblaron,
pero sus corazones por siempre juntos quedaron.
Beatriz A. Ramírez Bolaños-