Volvías a casa, amiga. Pero ya no estabas.
Desaparecido tu polvo, tu perfume no estaba.
Lejos de tu playa, la palmera
no te hablaba. Sólo tu cansancio.
El espejo te mostraba con su mirada dura.
Un ser distante. Sin maquillaje,
peluca, ni el viejo esplendor
de la bikini penetrada.
No estás allí. Tu ser se busca.
Albergada en este palacio de hojalata,
sólo oyes un ruido. Es tu juventud
la que te llama. Impostora.
Desde su tumba se levanta
y con sus dedos sacros
te dibuja la cruz del camposanto.
Entonces sientes cómo tu cuerpo se disuelve.
Sobre la arena quedas, derretida como crema helada.
En este crucero que ahora habitas
sólo entra la fría llovizna de esta tarde.
Y en la noche, la bruma lo iluminará
con un festival de velas blancas.
Marta Zabaleta-
Querido Marcelino: muchas gracias por publicar este poema mio, basado en una mujer y un episodio de la vida real.
Abrazos
Marta