Cuentos

La máquina de afeitar

En las distintas etapas de la vida de una persona surgen cambios que son propios del tiempo de vida, nuevos para quienes los van experimentando, y rutinarios y lógicos para quienes ya han transcurrido esas etapas y además, han visto en otros esos cambios.

Cuando un niño ingresa a la etapa siguiente de su vida, la adolescencia, y empieza a descubrirse partes de su cuerpo, llamándole la atención el funcionamiento y para que son necesarios. También empiezan a observar cosas de ellos mismos que les gusta y otras no tanto.

Ocurrió que una niña observándose al espejo, observó que sus cejas eran muy pobladas, abundantes, cosa que no le gustó y empezó a pensar en que hacer para desaparezca la población que estaba de más, según sus gustos y observación. Pensó en distintas cosas, pero al ver la maquina de afeitar de su padre, no dudó, ese era el elemento que le daría a sus cejas la forma que ella quería.

Pero claro, esa maquina cumple un rol importante con la barba que la hace desaparecer, pero para ello, el hombre tuvo que aprender a utilizarla, como pasarla por la velocidad, fuerza que debe imprimir para llegar mas o menos profunda la rasurada, en fin, hasta el filo de la hoja se debe observar, cosa que esta pequeña no sabía, tampoco intuyó que ese momento se convertiría en jocoso, cuando se supo esa actitud.

La niña tomó la máquina, la pasó torpemente por sus cejas y lamentablemente el no saber utilizarla, permitió que el corte realizado sea muy profundo, por lo que, en una parte de sus cejas, estas desaparecieron, casi por completo y quedó en el arco superciliar izquierdo una mancha blanca ante la ausencia de vellos.

Hasta ahí se puede decir que eso le puede pasar a cualquiera, lo jocoso fue la explicación que dio la niña al ser interrogada por sus padres, sobre lo que había ocurrido con sus cejas,

“Estaba aseándome y la maquina sola saltó o se cayó, no lo sé, y me pegó en la ceja, entonces cuando me miré en el espejo, observo que me había cortado parte de la vellosidad de las cejas, pero no sé por qué la máquina hizo eso”, dijo la niña.

Todos los que escuchaban ese relato cargado de inexactitudes, sonrieron sin decir nada.

Luego alguien se dirigió al baño y otro miembro de la familia, le dijo casi gritando y sonriendo. “¡cuidado con la máquina!”.

A partir de esa exteriorización del pensamiento, concurrir al baño se transformó en una broma constante: ¡Cuidado con la máquina que te puede atacar!, ¡Cuidado con la máquina que cobra vida!, ¡Cuidado con la máquina diabólica de papá!, y tantas bromas más.

Estas cosas pasan mientras los humanos adquieren experiencia, algunas se cuentan y se conocen, otras no, pero siempre pasan.

 

Oscar Hugo Alaniz-

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