Primero la pérdida, irreparable. Después el profundo dolor y el largo duelo que jamás terminará. Pero haber donado un órgano y, salvado una vida, le hizo el camino más llevadero, más transitable. Fue una humana y aliviadora decisión. Perdió una vida, pero regaló una vida. Aquel joven salvado, ahora ya mayor, le dice Mamá, y sus hijos abuela. De corazón.
Enrique Anaut-