El cielo rojizo del atardecer
vocero oficial, anuncia su llegada…
Caprichoso, impertinente, pedante…
soberbio, fastidioso…
según su estado de ánimo: amable,
cariñoso, envolvente, no hay dudas: Es él!!
Irrumpe, escurriéndose por las calles…
Insolente, irrespetuoso, ronco en su voz,
abre sus alas cubriendo la ciudad…
se zambulle en las aguas del océano
pintándolo de verde claro, alterando
su oleaje, fundiéndose con lo intangible:
cielo, horizonte y mar…
Se siente feliz: baila, canta y sopla,
con sus pulmones abiertos, henchido
a pleno, imponiendo su ritmo a todo
lo que toca, nada le cuesta, en sólo
instantes hace que todos dancen
enloquecidos al son de su melodía.
Destruye y regala vida, polen,
semillas, tierra, su frío aliento y
taquicárdica respiración perduran
por horas, días, semanas…
coloca afiches en las nubes e
invita a los más elevados conciertos
sinfónicos, usando misteriosos
instrumentos de la naturaleza.
Ensaya secretos sonidos armónicos
de duendes escondidos en la bóveda
celeste, silba canciones inéditas,
Sui Géneris… Amigo de Miguel Ángel,
gran escultor, modela todo lo que
encuentra… conmueve y aterroriza
con bramidos, se hace “el malo”,
rugiendo cual manantial de
ideas, sonidos y palabras…
Su calma paraliza el paisaje, sospechosa
sensación de quietud amenazante…
Amo, dueño y señor de esta geografía
tan particular, gigante que recorre
la extensión de la meseta patagónica
erosionando cerros, despegando
raíces; pelea cuerpo a cuerpo contra
un ejército de pinos y álamos
doblegándolos, torciendo y dañando
su columna vertebral…
Lucha con las siluetas de los edificios
para filtrarse por las ventanas mal
cerradas, depositando allí cúmulos
de arena: mudos testigos de su visita…
Por las noches hace oír su original
música, atravesando paredes, con el
claro mensaje;… “No te duermas,
aquí estoy, soy el aire patagónico
en movimiento!!
Los griegos creían que era un
soplo divino, pero “Eolo” es comodorense,
de esencia patagónica; me acostumbré
a él, lo llevo tatuado en la piel,
respirando en mis poros…
Nací para abrazarme a sus ráfagas,
subir las cuestas tallándome con sus
caricias, pulseada cotidiana, con calor,
frío… lágrimas traidoras corriendo
por mis doloridas mejillas, con tierra
en mis oídos y fosas nasales…
Como un amigo invisible, cómplice,
latente, siempre está, abrazado a mí,
me guiña un ojo, me despeina,
me besa y sonríe… siempre está…
es Él!!! … EL VIENTO!!!
Rogelio Barría-