Mi realidad es la que el poema me señala,
sin más alcance y con menos fisuras que una corteza férrea
ciñendo vapores del sueño y la noche o gotas de lacre señalando
un verso de comienzo de año o una visión de alquimias
y nuevos abismos de siglos en el vacío o estados de energía,
formando un pequeño ángulo de verdades con la vertical del universo.
Cómo hablar de cualquier fisura dormida,
de la fabulosa raíz del tiempo sin principio ni final
o bien, decir todo lo que debiera ser aureola
en torno a voces perdidas en su propia hondura.
Sabes que el canto de tus olas es obligatorio,
que el universo sólo descubre sus alianzas
andando dentro de uno mismo
en esta amalgama de ecos, inquietudes
respirando en aguas sin respuesta.
Estoy vivo y estaré muerto,
como un sonido que atravesó la galaxia.
Soy el alimento de millones de años
preparándome a través de los siglos en escapadas furtivas,
razas, mares por tiempos milenarios.
Unido siempre a esa cadena de esqueletos
que se pierde en las noches terciarias
y cada uno guarda su pasión encendida
su amor enloquecido y quizá transmisible.
Y cada uno piensa y lleva su lepra legendaria,
sus auroras explosivas.
Y allí estás hecho humano por exceso
de animal taciturno, doloroso
en tus huesos pensadores.
Acostumbrado a tu carne profética
y feliz sobre tu sexo irresponsable
tanto que pareces una magnolia en el mar.
Jaime Icho Kozak-
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