Recuerdo el parpadeo amarillo,
casi pelirrojo,
de las fronteras
a sus ojos azules.
Sus dedos afilados, ásperos,
su piel porosa, tintada
con la frase que
besé tantas noches.
Recuerdo la voz grave,
seductora,
de las montañas del norte
con sus lagos todos.
Me adueñé de los
minutos efímeros
que colorearon de vida
las comisuras de
mi boca.
El alcohol, la guerra,
el debate condicionado
por los botones de
mi blusa
la madrugada helada
en que renací
de amor.
Y la melodía
itinerante, ácida,
melancólica
con que te supliqué
la clemencia
que no volviste
a esgrimir.
Jimena Antoniello-