El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron… – Miguel Hernández
Éramos dos cipreses de pantanos.
Siempre lo supimos, siempre.
No obstante nuestros brazos, nuestros cuerpos.
Desesperadamente se buscaban.
Incesantemente moríamos.
Uno hacia el otro íbamos.
Buscando, ciegos, sordos, mudos.
Creciendo para arriba.
Creciendo para abajo.
Bufando, como un toro a la luna.
Enterrando la boca en nuestra ausencia.
Los ojos en las ciénagas.
En los charcos, el sexo.
Empantanada carne moribunda.
Amor, empantanado en barro.
Amor de tierra, quizás un día…
Solo un día, quizás, se besen nuestras bocas.
Amelia Arellano-
Pingback: 26 de diciembre de 2012 : : Cronica Literaria