Te conocí
cuando el sol que me alumbraba
se perdía
en el insondable abismo de occidente,
más allá del manto tenebroso
tendido por la virgen Negra,
que tendió los brazos para atrapar el sol
en el ocaso.
Se eclipsó la ilusión de los paisajes
y el mundo,
mi mundo, no logró detener su tránsito
a la muerte.
En ese lapso de extraños pensamientos,
apareciste tú
como una luminaria de esperanza
tendiéndome la mano.
Tus labios hermosos como el fuego
Invitaron
la pasión inspirada del amor.
No hubo noches, ni ocasos, ni horas
vespertinas.
Fueron horas de embriaguez apasionada
en el zenit presuntuoso
de la vida.
Pero llegó con sus nubes plúmbeas
el invierno
con su corte de borrascas inflamadas por los rayos,
compañeros del trueno,
y en ese torbellino de estupor y desconcierto,
el bajel del tránsito amoroso
encalló
en las arenas del olvido.
De ti
solo quedó en mi corazón la grata memoria
de los días,
el rescoldo encantador de tu presencia,
que intento reconstruir alucinado.
Gilberto Guzmán Celis-