“Satán” se llama mi perro.
Aunque la gente se asombre
si lleva puesto ese nombre
no es invocando al Siniestro
sino por guardián y diestro.
Camorrero como pocos,
altiva su alma guerrera,
gambetea la perrera
mientras que en grescas caninas,
sabe Dios en cual esquina,
perdió diente, oreja y uña!
Hasta aquí la identidad
de un animal de verdad.
Pero está la otra faceta
personal, sensible y quieta.
No comparo la ternura
de su mirada de amor,
de esa entrega sin pudor
que lo hacen tan distinto.
Dicen que obra por instinto
y en eso no estoy de acuerdo,
él es todo sentimiento.
Brilla de puro contento
desde los ojos al rabo,
manso, fiel y consagrado
a agradecer mis caricias.
Yo sé que no dudaría
entre su vida y la mía!
Más valioso que algún hombre…
“Satán”, es ese su nombre.
Silvia L. de la Cal-
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