Cuando entro con mis hijos a su casa,
vuelvo a ser yo misma.
Desde su mecedora ella nos siente llegar
y alza la cabeza.
La conversación no es como antes.
Ella está a punto de irse
pero llego a esconder mi cabeza en su regazo,
a sentarme a sus pies.
Y ella me contempla desde mi paraíso perdido
donde mi rostro era otro, que sólo ella conoce.
Rostro por instantes recuperado
cada vez más débilmente
en su iris celeste desvaído
y en sus pupilas que lo guardan ciegamente
Daisy Zamora-