Vos me decías
que querías mudarte a la casa de la isla
y que ansiabas la llegada de olores arrebolados.
Reclamabas lapiceras para garabatear poemas,
rincones para soñar y llorar a gritos.
Pedías que no falten mariposas embarazadas
ni sembradíos de caricias o neblinas reveladoras,
botellas vacías desperdigadas,
manzanas que inciten al pecado,
camas donde nuestras desnudeces floten
y lenguas encarnadas en rosales.
Demandabas insolentes almohadas que interpelen
melodías incrustadas en los techos
y vestigios triunfantes de un ritual de espasmos.
Mientras vos seguías con tu manifiesto de imágenes
yo tenía una precaria certeza:
mi única casa era tu cuerpo.
Juan Carlos Rodríguez-