Puro del fuego atávico del horno,
crujiente de sabrosa tostadura,
el tenso corazón de levadura
agrieta la corteza con su torno.
Descartado del rústico retorno
a la espiga primaria, a la madura
templanza de los soles, conjetura
una muerte cereal en su contorno.
Crece en la mano dadivosa, liga
los espíritus nobles, resplandece
en la hostia sagrada de la miga.
Cumplido su destino, ya no pesa
en el ritual. No obstante, permanece
en átomos de luz sobre la mesa.
Luis Ricardo Furlán-