Aquellas horas de grácil porcelana,
cuando era eterno rosal de la alegría,
el mundo desglosaba en fantasía
y el color eran horas de solana;
correr y brincar cada mañana
despeinando los bucles de mi día,
las flores con su rara geometría
y la risa hedónica y temprana;
el ansioso cristal de mi ventana
y la voz de mi madre, grácil pana
enrolada en un grial de melodía
que aventaba mi clásica galbana
como un diario concilio de su diana.
¡Era dulce mi madre y era mía!
Rodolfo Virginio Leiro