De las infantas –la no olvidada–
porque las manos abiertas contra
el cabello
son la molesta caricia que reclama,
las únicas que salpican de sombra
esta luz inmediata.
No fue prevista entre mis poros,
se tejieron las migajas hasta
formar el cuerpo,
pero eso sí, en otras capas,
con otros sudores y decires que
me son ajenos.
Su carne blanda y pálida se bañó
de sangre
entre otras piernas. Y así,
saliendo a la luz tortuosa de gente
enmascarada
se desgarraron tejidos hasta ponerla
en movimiento.
Sin embargo,
yo no soy sólo tiempo de sal o de
ceniza,
hay una materia inconclusa que
absorbe el deseo de atraparla
hasta ahorcar esos impulsos
perdurables,
un requerimiento por la insaciable sed
de su voz –llamándome
apuñalado el color amargo de la ausencia.
No es posible no atender
s lagrimeo salado
porque es el mismo que hoy empapa
esta página abierta.
Ana Gabriela Padilla-
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