Poemas

Bolita de naftalina

A veces pienso que mi casa está llena de duendes. Cuando comienza a anochecer se puebla de ciertos pequeños ruidos, como pellizcos, como si alguien muy pequeño estuviera rondando por ciertos lugares: mi escritorio siempre repleto de papeles, lo que tengo a medio leer sobre la computadora, las cajas con las carpetas de viajes, revistas de la mesa de TV, en fin. A veces son pequeñísimos golpes en las ventanas y otras, me despierta una respiración o un suspiro. Extiendo mi mano pero mi perro Pelusa duerme profundamente y hasta ronca.»
No me dan miedo ni me hacen daño, pero pienso quién querrá comunicarse conmigo, quién se fue con algo sin decir o solo juegan con las fantasías a medio escribir que siempre rondan mi cabeza, en busca de un renglón que las acoja.
Como sea, cuando insisten me levanto y recorro la casa encendiendo las luces. Quiero sorprenderlos así como los imagino: pequeños, con capuchas verdes y altas botas.
El viernes pasado el desconcierto fue mío: en esa cacería nocturna encontré en el piso una perla blanca en forma de lágrima, semitraslucida, bella. Pensé que era un regalo de los duendes y la puse bajo la almohada, pero su olor me alertó: puro corazón de naftalina.
Bueno, si no fuera por los duendes nunca hubiese sabido que una bolita de naftalina se despide llorando.

Noemí Müller-

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