Los arlequines danzan
sobre los campos de mi soledad,
los estoy viendo,
ahora que parece ser demasiado tarde,
pisotean los verdes prados
bajo un cielo dorado,
anoche,
mientras bebía el cáliz de mi tristeza
y lavaba mis culpas
en el toilette de Pilatos,
la luna era una media sonrisa,
barata y sucia,
burlona que me acosaba,
y yo iba en un taxi
blasfemando contra Dios,
escuchando el eco frío y seco
de tu voz,
que me decía adiós,
y eso fue un balde de combustible
para prenderme fuego
y quemarme en el infierno,
pero sobreviví y aquí estoy
viendo a esos arlequines
que danzan en las nubes de mi soledad,
es un paisaje bello
inexplicable para la sobriedad,
es un buen intento,
algo que quiero encerrar en un cofre
y ponerle ese candado
con las llaves oxidadas
por el vino derramado en la mesa
oxidadas,
como mi corazón.
Martín Ojeda-