Saint John Perse
Siempre habrá infancia, por eso amo ese tiempo que cultivamos
en la paz y en guerras con fervor desvelado, el flaco pan,
la casa inverosímil, los alimentos amargos y dulces,
el tórrido verano y duros inviernos.
Tiempos venidos desde lenguas lejanas en que algunos
quedaron en los caminos, una bala perdida
les interrumpió el crecimiento.
En los calveros de la ciudad, al resplandor de amores
entre paredes, y el callejero sol tropical, la música
de tambores rústicos y bosques de cemento se pueblan
de voces, músicas tristes y alegres al mismo tiempo.
A veces algo ocurre, maduran siglos, y pienso:
gracias por enseñarme a hablar.
En ese momento el tiovivo se abrió al universo.
El caballito puede haber muerto, el propietario también
y el antiguo fonógrafo o el motor con caja musical
pueden haber sido sustituidos por otros prodigios.
Los muñecos que bailan ¿dónde han ido a parar?,
las lámparas multicolores, ¿dónde alumbrarán?
Sin embargo sabemos que la calesita no se rompe,
ni en el tiempo ni en distancias.
De pronto una larga risa inocente rompe en carcajadas,
se pierde en el frenesí de juegos de niños y no es otra cosa
que la vida misma en su esplendor, que no espera
detrás de puertas de nuestra casa, es el mundo.
Jaime Icho Kozak-